Monday, July 25, 2005

No me hablen de héroes

En estos días que corren no es difícil encontrar en cartelera estrenos de películas acerca de individuos con poderes extraordinarios. Personajes de ficción que hacen gala de inverosílimes facultades. Poderes inimaginables que desafían las leyes de la naturaleza y las que rigen la razón.

Mientras repasaba esta curiosa variedad, me llamó la atención esa necesidad de presentar al sujeto en cuestión como alguien vulnerable a través de su lado humano. Indisolublemente unidos mortal y fragilidad, como si el hombre por sí mismo no fuese otra cosa que una amalgama de hilos y la vida una hoguera que inexcusablemente hay que atravesar.

Recordé que hace algún tiempo fallecía Christopher Reeve, el actor que encarnó allá en los años 70 al ya legendario Superman.
Tal vez solo pudo ser un héroe en la realidad después de dejar de serlo en la pantalla. Es como si un capricho del destino le hubiese ofrecido la oportunidad de mostrarnos quien era realmente, una vez colgado ese traje en el armario del olvido. Así, desprovisto de sus poderes y bajo la condición de ser humano, con sus limitaciones y miedos, fue capaz de mirar de frente y sin resignación a la tetraplejia que le condenaba a galeras en su propio cuerpo.

Posiblemente, este sea un caso más y no es necesario acudir a una sala de cine para encontrar protagonistas, ni recurrir a espúreos ejemplos de superación. Bastaría con salir ahí fuera y romper las invisibles cadenas de la incomunicación para comprobar una vez más que en lo pequeño se esconde lo grande y en lo cotidiano, lo universal.

Pensé inevitablemente en cuantos héroes anónimos, de esos que no se fabrican coyunturalmente, vagan olvidados por nuestras calles. De esos que jamás oiremos hablar porque nunca han querido poner precio a su intimidad. De esos que al pasar dejan una estela de sacrificio.... sin olvidar esbozar una sonrisa. De esos que caminan con la cabeza alta porque la sombra de la dignidad siempre les acompaña.

Así que no me hablen de héroes en fotogramas porque sé que los que merecen ese reconocimiento, visten de calle y viven en el mayor de los mutismos.

Thursday, July 21, 2005

Cantos de Sirena

Cuenta la mitología griega que las Sirenas, con sus cantos, ejercían una inevitable atracción sobre quien los escuchaba. Los marineros, bajo el efecto de sus voces, abandonaban absortos sus puestos en los barcos. Provocando así la colisión de la nave contra las rocas y consecuentemente, el naufragio.
En uno de sus viajes, Ulises, conocedor de este peligro pero tentado a escuchar aquellos cantos, decidió que su tripulación se tapase los oídos con cera y él se hizo atar al mástil de la embarcación para asegurar que no iría en búsqueda de aquellos seres. Así fue como logró salir airoso sin pagar con su vida el atrevimiento.

En estos tiempos marcados a fuego por la prisa, por la premura del día a día, es posible que se nos pasen por alto ciertos detalles porque en este viaje algunos afortunados ocupan un asiento en ventanilla, en cambio, a otros se les priva de la visión del paisaje.

La serenidad de ayer ha quedado atrás, denostada y mancillada por la vorágine del presente. Por esa rapidez para llegar a no sé sabe donde.
Ahora, el triunfo se hermana con una fama que no viene avalada por una labor anterior sino que nace por generación espontánea. Y el respeto parece ser ese fiel vasallo, siempre al servicio del capital. Ser uno mismo ya no es suficiente. No hay lugar en el podio de los vencedores para los indecisos.

Para captar adeptos, se recurre al lenguaje como instrumento de persuasión. Los eufemismos juegan un papel esencial. No es una estrategia nueva aunque posiblemente resulte efectiva.
Quien busca trabajo, atribulado, se encuentra en una encrucijada de caminos donde se dan cita el oportunismo y la usura.

Y es que en los anuncios de empleo se refleja la inmediatez. La rapidez con la que se vive hoy. Esa celeridad con la que se busca el éxito y el reconocimiento.
Los hay que auguran un prometedor futuro de redención, previa penitencia en un incierto presente. Otros, proclaman la paradójica posibilidad de una ascensión vertiginosa al status de almirante sin haber pasado necesariamente por la etapa de marinero.

Las palabras se afilan como si de cuchillos se tratase y la terminología utilizada no me deja indiferente: competencia, pro activo, líder...
Mediante el uso de los anglicismos se trata de engalanar con el traje de los domingos un puesto que se desempeña los días laborables.
Una vez leído, queda un poso de dudas en el que reside la sensación de no saber exactamente de que se trata.

En este ambiente se respira un aire viciado de codicia. Donde los que menos escrúpulos tienen, ven una ocasión de negocio, amparándose en la falta de legislación y la desesperación de quien busca. Estos impostores, mercenarios de la infamia y la mentira, no vacilan en poner precio a su traición.
La bajeza, constata una vez más la vigencia de aquella máxima de Tomas Hobbes; el hombre es un lobo para el hombre.

Únete a esta cruzada contra la falacia. Desconfía. Despierta y mantén alerta tus sentidos. No escuches esos cantos de Sirena e impide así que te arrastren porque al éxito fácil, si se presenta, le gusta vestir de prestado.

En el rincón del olvido

Estas palabras no les resultarán distantes puesto que se escriben cada día por todos aquellos que llegada a esa edad en que por los surcos de la piel viaja el escepticismo y la decepción, se ven obligados a convivir con la soledad, con el desahucio institucional y el desamparo social.

Aseguraba Diógenes Laercio, autor clásico, que la vejez es el puerto de todos los males. La senectud, considerada en otros tiempos esa etapa de la vida en la que una vez inmerso, se era merecedor de mayor respeto y consideración, donde los ancianos eran venerados pues atesoran el conocimiento de la experiencia, es ahora en muchos casos la antesala a la más absoluta de las indiferencias.

Son demasiados los que viven sumidos en la indigencia moral que supone tener conciencia de resultar una pesada carga. Un lastre. Esa pieza que no termina de encajar y queda apartada, aguardando paciente su momento.

Tras una existencia de lucha y entrega se han de enfrentar, inermes, a los fantasmas del pasado. En ese juicio sumario que al que a menudo nos sometemos nosotros mismos, siendo jueces y partes, repasan lo que fue. Intentando dar respuesta a sus dudas, a los errores, a sus miedos...
La melancolía se acentúa con el recuerdo de los que ya no están porque han enterrado a muchos y la muerte ha ido barnizando de silencio y vacío sus vidas.

Abra los ojos para encontrar el reflejo real de estas palabras muy cerca de usted. Sentados en un banco. Con la serenidad que sólo otorgan los años, conversan con cualquier desconocido. Sin prisa. En su voz se aprecian las cicatrices de una pugna desigual con el tiempo y la enfermedad. Se sienten vivos al rememorar otras épocas porque cuando nos perdemos en el presente nos hayamos en el pasado, en el recuerdo.

Observe con atención a esa mujer que con manos temblorosas, sujeta al pasamanos, intenta con dificultad subir la escalera y se detiene fatigada en el quinto peldaño. Respirando con la mirada alta se pregunta donde ha quedado su juventud. Por que los años le han arrebatado su energía y a cambio ha recibido un legado de sueños rotos. ¿Dónde están ahora aquellos que deben sus primaveras al sacrificio de esta?.

Descubra al hombre que camina solitario. Viudo de ilusiones. Murmurando ininteligibles palabras. Arrastrando los años mientras recuerda aquellos tiempos difíciles en los que no permitió que jugasen con el pan de sus hijos. Los mismos que hoy, olvidando sus desvelos, le pagan con la moneda de la ingratitud.

Es en estos casos cuando, por momentos, dejo de creer en la condición humana y se apoderan de mi el desengaño y la indignación de saber que parte de nuestra historia reciente morirá en sus memorias. Sepultada por el polvo de la negligencia.

Aunemos esfuerzos para no negarles el protagonismo que merecen porque ellos no quieren sentir la conmiseración institucional, es una deuda de la que son acreedores.

Por mi parte, estas letras representan un pequeño homenaje y ponen de manifiesto lo que en no pocas ocasiones he considerado y jamás he dicho. Confío con ellas despertar la conciencia de quienes permanecen impasibles pudiendo actuar porque llegada la edad provecta, el abandono no es ley de vida.

Ahora, el resto también depende de usted. No les otorguemos como reconocimiento a una vida de renuncia, dedicación, de esfuerzos denodados y abnegación.... un asiento en el rincón del olvido.

Numancia no se rinde

En tierras de Soria descansan los restos de la antigua ciudad celtibérica de Numancia. Reposan exhaustos, en silencio, tras una resistencia sin igual.
Durante la conquista romana de la península en el año 133 A.C. esta ciudad que se negó a someterse al imperio romano, con escasos medios y abrumante inferioridad numérica, resistió 11 años los intentos fallidos de conquistarla.
Finalmente y tras 8 meses de asedio por las tropas romanas al mando del general Publio Escipión, la ciudad fue arrasada. Algunos de los habitantes se quitaron la vida, otros fueron condenados a muerte y muchos se convirtieron en esclavos.
Posteriormente, autores clásicos latinos admiraron el ansia de libertad de estas gentes, contribuyendo así a sembrar la semilla de la leyenda.

Numancia no fue tan solo una ciudad. Es un emblema. Un grito silencioso. No se trata de un vestigio sino del icono que representa lo que de libre hay en nosotros. Un sentir que siempre nos ha de acompañar porque numantinos somos todos aunque algunos traten de que lo olvidemos.

En la actualidad, las legiones están formadas por mercantiles, por grandes multinacionales. Y el asedio mediático al que nos vemos sometidos junto a una constante transformación de valores en la sociedad, hacen que sea difícil no perder de vista en la espesa niebla del campo de batalla, ese referente de conducta al que acudir cuando nos sobreviene la incertidumbre de la duda.

Guiados por esa infame pretensión de compra, como peregrinos que acuden fieles a la romería del gasto, nos dejamos arrastrar por la sociedad de consumo. Indudablemente, hemos dejado atrás aquel sentido primigenio de la compra como necesidad, para llegar a lo que podríamos denominar la compra terapéutica.

La compra terapéutica (permítanme acuñar este término) podría ser definida como aquella que satisface el impulso irracional de adquirir, acallando así momentáneamente ese vehemente deseo de posesión.
Como atributos propios citaremos que es irreflexiva, no obedece a meditación alguna y a la postre se presenta totalmente innecesaria.

Hoy que nos hacen pensar que todo tiene precio y el único pasaporte a la felicidad es la compra; ahora que la libertad es prima hermana del crédito bancario, que el respeto cotiza en Bolsa y entre nobleza y mezquindad se encuentra la frágil barrera del interés; hoy que elegir resulta tan fácil porque otros piensan por nosotros y hasta la renuncia voluntaria de nuestra intimidad tiene premio, es preciso mas que nunca salvaguardar nuestra integridad.

A menudo, observo como a través de un producto determinado, una marca, un modelo.... se busca materializar una filosofía de vida. Una forma de entender la existencia y mas aún, una manera de poder mostrar a los demás lo que cada cual entiende por esta.
El problema surge cuando realmente no existe una identidad propia, personal e individual que permita al individuo optar sino un cúmulo de objetos a través de los cuales el sujeto intenta expresarse. Por esto último, no es de extrañar que la sociedad esté repleta de tránsfugas que vagan a merced de elementos o estilos cambiantes en función de épocas y modas.

Desafiemos a quienes desde la sombra tratan de dirigir nuestro pensamiento. A esos mercaderes del dogma que niegan la posibilidad de la duda. A aquellos que no se detienen en el zaguán de la intimidad ajena. Rebelémonos para defender nuestra libertad individual y hagamos de cada uno de nosotros un reducto para la crítica y la razón. Recordándoles así a quienes tienen frágil la memoria que ayer, al igual que hoy, Numancia no se rinde.